Foto: playa de Lima, autora Paloma Pérez
El lado oscuro de la venta, sin duda alguna, lo representan los pésimos vendedores y los empresarios que siguen sin enterarse de que el cliente es el mayor patrimonio de cualquier empresa.
Hablando con unos amigos de la figura del vendedor y su importancia dentro de las organizaciones comerciales, me comentaron que días atrás habían acudido a uno de esos espacios de concentración gastronómica que empiezan a proliferar en Madrid. Decidieron entrar en un establecimiento que ofrecía gran variedad de pinchos, todos ellos apetecibles. Como eran cuatro personas con gustos diferentes, optaron pedir opinión a una quién les atendió en la barra. Se limitó a señalar los pinchos que según ella tenían más salida. Mis amigos decidieron hacerle caso y probar todos los que les había sugerido.
-Por favor, ¿podría usted hacer cuatro partes? le pidieron.
-No, yo sólo despacho, si quieren les doy un cuchillo -lo dijo con poca amabilidad y sin prestarles atención.
Ellos, resignados, fueron a pedir las bebidas.
-No, fue de nuevo la respuesta, las bebidas se sirven en la mesa y además las cobra otro.
Mis amigos siguieron el ritual exigido algo malhumorados y sintiéndose simplemente un tícket de caja más. El final de la conversación fue que nunca más irían a ese lugar u otro similar, que para ellos el buen servicio al cliente y la amabilidad de quienes les atienden, seguían estando entre las tres primeras prioridades. No volverían a verles por allí aunque los pinchos fueran los mejores del mundo, que no lo eran. Nos les merecía la pena.
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